Al Anciano que no pregunte su Nombre

Ayer perdí más de la mitad de mi vida;
en soledad, la vejez me ha encontrado.
Tu partida, mi guitarra ha desafinado
y al amanecer olvide tu ausencia,
abrazando la fría mañana.

Hoy,
mi voz de anciano no encontré
en nuestro lugar reservado
para pedir a la gente una mano
una limosna,
una moneda,
el pan para comer,
para vivir,
para aliviar tu angustia
por mi mañana con tu ausencia.


Padre, mi voz no sonó,
simplemente no salió de mí
trate y trate,
pero la garganta estaba vacía
aun y cuando mi corazón rebosaba
de dolor y llanto

al menos una vez
quise decir te amo
pero en tu partida no me dejaste
gritar para alabar tu amor

en la calle no podía entonar tu canto
Amada mía, quizá nunca te lo dije,
pero te amo, y fuiste mi único amor.

Las limosnas hoy no recogí
para alimentar tus aves de corral
y con ello aliviar tu dolor
de la mendicidad austera
de los años últimos de nuestro amor.

Mi guitarra no canta ya
mi vos desafinada no recuerda
canto alguno
no recuerda mi cuerpo
ni como respirar sin ti.

El día de tu partida
la lluvia no bañó a Bogotá
y con esas gotas disimular
en la calle el dolor de tu adiós
y dejar caer las lagrimas sin parar.

Siempre pude disimular
el dolor
y el hambre,
el frío
y la soledad
pero hoy las lagrimas brotan a mi alrededor

A los jóvenes que ríen los envidio hoy
no por la risa
sino por la compañera que recuerdo
con su alegría y amor
que en la calle gris solo me dejo.

El asfalto de las avenidas
me recuerda el tiempo primero
al recibir el pan nuestro
de cada día, en la calles de mi señor

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