Mientras inicia la tarde, estas allí, como siempre con tu mirada perdida en las heridas del ayer, con tu afilado cuchillo lo entierras para ver como brota la sangre, y su rojo carmesí mancha el ahora, y embrutece el mañana.
Memorias que vienes de tu mente, que las rescatan del olvido, del pasado, del nunca jamás, y las traen al ahora para nublar tu visión de la luz, diluyendo la sonrisa en las crías de tu vientre, forjando la próxima generación.
La tarde arroja cenizas rojas sobre la lumbre que aún mantienes prendida, para que el frió penetre despacio, silencioso, y corrompa los huesos marcados por los pensamientos de la reina madre que busca a gritos ayuda en la expresión de una experiencia casi real, con mucho dolor, que solo el invento del barro puede soportar.
He manchado con tu sonrisa, el agrio ayer, sin embargo los tapices de la nueva alcoba suficientes no son para borrar a la princesa que extraño, como el día que creí que a tu lado sería feliz.
Mis retoños se han secado ya, la locura invade mi alma, no me deja tranquilo y me obliga escribir que siento la luna morir, las estrellas han perdido su brillo ya, el cual ha amainado por las explosiones de la locura que el sol borro.
El amor, expresión absurda de la humanidad, que lo es todo, que lo da todo, y no pide nada a cambio, al cual no puedo reclamar por que lo negué a pesar de no haberme negado y aún esperarme impávido sin estresarse por que del sueño no regreso aún, y por fin sueño sin consecuencias, no las veo, pero las siento aquí y quizá ahora.
Loco como la humanidad, loco como yo, loco como Jesús el Cristo, quien recobró la cordura, así entonces en la tierra como en el cielo pues en el cielo estoy. La tierra mal sueño, que quiero cambiar por el que mi ángel guardián me da.